Burros para el transporte, la vuelta a una realidad ancestral ante la crisis de Venezuela

La práctica del uso de burros para el transporte nunca había desaparecido del todo en Venezuela, pero en los años de bonanza se redujo notablemente. Hoy han vuelto ante las dificultades para mantener los costos de vehículos a motor.  
Ante la escasez de gasolina y repuestos para un coche o una moto, el transportista Tony Monsalvo trabaja con su burro y una carreta en su Maracaibo natal, noroeste de Venezuela, a cambio de unos 10 o 15 dólares diarios, que le alcanzan para mantener a tres familias. La práctica, aunque no es nueva, se ha multiplicado en los últimos años en la zona.

A las dificultades más notables para mantener un vehículo a motor -combustible, materiales para la reparación-, se suma la pérdida de poder adquisitivo, debido a la hiperinflación galopante que vive el país desde hace casi un lustro, que se cuenta en porcentajes millonarios y que impide que miles de familias se puedan permitir la compra de un coche, como explica Monsalvo a Efe.

Comprar una moto o un coche, una utopía 

"Ahorita no tenemos la fuerza (dinero) para comprar ni una moto", dice el "burrero" -como son conocidos en la zona estos transportistas- con resignación, mientras comenta que los precios de esos vehículos son prohibitivos para él, ya que, además, requieren de un gasto constante una vez se compran. Lo sabe por experiencia, ya que fue propietario de un coche que tuvo que vender.

"La gasolina ahorita no se consigue. Yo tuve que vender mi carrito por eso. La familia mía ya estaba casi pasando hambre porque tenía el carro guardado ahí y no hacía nada. Y digo: voy a venderlo y me compro el burrito", una decisión que le permitió volver a trabajar.

El burro "200 dólares me costó, con carreta y todo", explica al señalar al animal, su impagable apoyo para llevarse unos dólares a casa todos los días al servirse de él para "recoger plásticos, reciclaje, carretar agua para la comunidad cuando no llega" a las tuberías de las viviendas, un problema que Maracaibo, igual que muchas otras zonas del país, sufre habitualmente.

Las autoridades vigilan de cerca a los "burreros", que deben cumplir con unos horarios de trabajo, sin sobrepasar el tiempo fijado, y tener en regla toda la documentación del animal, que ha de estar vacunado con los fármacos correspondientes.

El hombre, de 30 años de edad, que optó por esta fórmula de trabajo hace poco más de año al ver que no tenía más alternativas, cuida a su burro como a él mismo -reconoce-, ya que es fundamental que esté bien para poder seguir sacando adelante a las tres familias que alimenta.

"Con lo que me dan, unos 10 dólares, 15 dólares (diarios), de ahí compro un poquito para cada uno, un kilo de arroz, unos huevos también para mi mamá, mi tía (para mantener) tres familias", detalla con timidez.

Además, de sus ganancias debe sacar para alimentar al burro con paja, que le da "en la mañana", y maíz para "la tardecita". Y los domingos, cuando Monsalvo y su burro descansan, lo baña.

  






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