Durante años, una tragedia tras otra ha obligado a
millones de venezolanos a abandonar su patria: hiperinflación, hambre, brotes
de malaria y continuos apagones que dejaron a todo
el país a oscuras durante una semana han llevado a esta
economía a ocupar el vagón de cola de Sudamérica pese a ser el país con más
reservas probadas de petróleo.
Esta situación llevó a que seis millones de personas
huyeran en lo que se ha convertido en la mayor crisis humanitaria occidental
hasta la fecha, según Bloomberg. Ahora, las tornas estarían
cambiando. Aunque muchos venezolanos siguen abandonando el país para
marcharse a Europa, los que se fueron a otros países de Sudamérica están
empezando a volver.
Ahora, esta tendencia ha comenzado a cambiar y a tomar
una forma totalmente opuesta, un movimiento que se encuentra en ciernes, pero
que ya ha devuelto a decenas de miles de venezolanos a sus casas.
Este es un giro tan inesperado que incluso les resulta
difícil de creer a los venezolanos que saludan a los que están volviendo. Por
un lado, la pandemia ha sido particularmente cruel con los migrantes dispersos
por todo el mundo. Los trabajos son escasos y la xenofobia aumenta
rápidamente. Mientras tanto, en casa, la economía se ha estabilizado -contra
todo pronóstico-.
Reformas de libre mercado
Después de años de políticas intervencionistas
fallidas que redujeron el PIB esta nación a una fracción de lo que alguna vez
fue, el líder socialista Nicolás Maduro ha llevado a cabo una serie de
reformas de libre mercado que están comenzando a impulsar el crecimiento.
Es una gran victoria para Maduro, un gobernante
autoritario implacable que ha resistido a unas sanciones similares a las que
han impuesto al régimen de su aliado cercano Vladímir Putin en las últimas dos
semanas. La Administración Biden envió una misión a Caracas el fin de semana
pasado para negociar la posibilidad de levantar las sanciones. Un acuerdo
permitiría a Venezuela exportar más petróleo, lo que ayudaría a compensar la
pérdida de barriles rusos en los mercados internacionales, justo cuando los
precios se disparan.
Es casi imposible ponerle un número exacto a estas
reformas y políticas que están permitiendo el renacimiento de Venezuela, pero
todo hace indicar que este cambio es producto de la necesidad. En toda Caracas
se acumulan las señales: en el floreciente mercado de alquiler de apartamentos;
en el aumento de las inscripciones en escuelas privadas; los coches que vuelven
a atascar las calles que el éxodo había dejado vacías; y en los restaurantes y
almacenes recién pintados que abren sus puertas al público por primera vez.
Vuelta a Venezuela
En los pequeños pueblos a lo largo de la frontera
occidental con Colombia, también es evidente. Durante años, el tráfico era en
una sola vía: salida. Ahora, dicen los lugareños, entran tantas personas como
salen.
Alejandro Rivas es uno de ellos: "Si me dan la
opción, no volvería a migrar", aseguraba hace poco mientras esperaba la
hora punta de la comida un día entre semana en su pequeña pizzería cerca del
centro de Caracas. Rivas, de 34 años, regresó el año pasado de República
Dominicana, donde también era manager de un restaurante, y abrió Mamandini
-jerga venezolana para "quebrado"- en diciembre con tres socios.
Después de superar el tipo de desafíos que conlleva
invertir en una economía en ruinas, como tener que reconstruir la acera
derruida frente al restaurante, Rivas se sorprendió gratamente con sus ventas
de pizza (alrededor de 12 por día) y platos de lasaña (30) y pasta (33). Sus
clientes no son venezolanos adinerados, sino trabajadores que de repente pueden
permitirse gastar dinero para comer fuera de su casa.
Esto era impensable cuando Rivas se fue en 2015. Sin
embargo, unos años más tarde, Maduro dio uno de los pasos más grandes en su
impulso de reforma: adoptar el dólar estadounidense como moneda no oficial del
país. Hoy en día, a más personas se les paga en dólares y la mayoría de las
transacciones se realizan en la divisa. Esto ha jugado un papel crucial
para frenar la hiperinflación y ayudar a los venezolanos a recuperar parte
del poder adquisitivo que han perdido.
Otro ejemplo es el de Barreto, que se fue de Caracas
durante el peor momento de la crisis económica. En ese momento, ganaba
apenas el equivalente a 50 dólares al mes como taxista. Aterrizó en Lima,
donde rápidamente consiguió un trabajo en una tienda que imprimía camisetas.
Ganaba alrededor de 350 dólares al mes. Luego llegó la pandemia, se quedó sin
trabajo y pasó a vender dulces en la calle. Volvió a ganar alrededor de 150
dólares por mes y, comentó, que se sentía miserable. "Era una vida
solitaria, sin amigos ni familia".
Así que tomó un autobús de regreso a Caracas y comenzó
a conducir un taxi nuevamente. En un mes, ahora se embolsa los mismos 350
dólares que ganaba en la tienda de camisetas en Lima. "Regresar fue
la mejor decisión que he tomado últimamente", dice Barreto, de 35 años.
El hecho de que algunos inmigrantes ahora puedan ganar
más dinero en casa que en el extranjero arroja luz sobre una de las verdaderas
rarezas de Venezuela bajo el régimen socialista. Por sus políticas
idiosincrásicas y bizantinas, el país en sí es una isla en gran parte
impermeable a fuerzas globales más amplias.
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