Foto Juan Pablo Rueda Bustamante.
La final de la Copa BetPlay 2024, que debió ser una fiesta del fútbol colombiano, se convirtió en una muestra lamentable de violencia, incumplimiento de compromisos y descomposición social. Pese a las promesas realizadas días atrás por los líderes de las barras del América de Cali en la Comisión Local del Fútbol, los hechos del domingo en el estadio Pascual Guerrero dejaron en evidencia la falta de palabra de quienes disfrazan el vandalismo de pasión.
Era el minuto 85 del partido entre América y
Atlético Nacional cuando el caos se desató. Con la ventaja acumulada de 3-1
conseguida por Nacional en el Atanasio Girardot, los visitantes rozaban el
título, y la frustración comenzó a calar en un sector de la hinchada local, particularmente
en la zona sur. Lo que inició como gritos y agresiones verbales se transformó
en una desbordada invasión al campo. Aficionados saltaron la reja perimetral y
encendieron bengalas, mientras otros, en un acto tan irracional como peligroso,
arrancaron sillas y las lanzaron contra los uniformados que intentaban
controlar la situación.
Foto Juan Pablo Rueda Bustamante.
El Descontrol en las Gradas y la
Cancha
El caos no se limitó a la cancha. En las tribunas
familiares, los espectadores comenzaron a evacuar con prisa y temor, buscando
protegerse de una situación que escapaba de cualquier lógica. En un frenesí
inexplicable, algunos seguidores del América también se enfrentaron entre sí,
mientras los pocos que quedaban en sus lugares coreaban gritos de ira y
desesperación.
El juego, aunque continuó durante unos segundos, se
tornó insostenible. Los jugadores de Atlético Nacional corrieron a refugiarse
en el camerino, mientras que los futbolistas del América, visiblemente
afectados, intentaban calmar a su propia hinchada. Adrián Ramos, capitán y
figura del América, fue la imagen más frustrante de la noche: desde el túnel,
observó impotente cómo el que pudo ser el cierre soñado de su carrera deportiva
quedaba manchado por la violencia y la inconsciencia de unos pocos.
“Fue muy triste para nosotros. No es el final que esperábamos”, dijo Ramos entre lágrimas. La dimensión simbólica de lo ocurrido no pudo ser peor: el ídolo local, que merecía un adiós en paz, tuvo que abandonar su propio escenario entre gritos, pólvora y enfrentamientos.
Cartel de los presuntos responsables de los desmanes en la final entre América de Cali y Atlético Nacional. Foto suministrada por la secretaria de Seguridad y Justicia de la alcaldía de Cali.
La Premiación en la Intimidad
Con el estadio convertido en una zona de riesgo, el
árbitro se negó a continuar y la Dimayor tardó más de lo esperado en
oficializar el título. Nacional, que ya celebraba su séptima corona en el
torneo, no pudo realizar la tradicional vuelta olímpica ni recibir la copa
sobre el campo. La ceremonia se llevó a cabo en un pequeño espacio dentro del
camerino visitante, donde David Ospina, referente del equipo, levantó el trofeo
ante un grupo que festejaba con sentimientos encontrados: la alegría del
triunfo y la amargura de no poder disfrutarlo con su hinchada.
“Es lamentable que un día tan importante para el
fútbol termine de esta manera. Queríamos compartirlo con nuestra gente”,
expresó Sebastián Arango, presidente del club antioqueño.
Los Heridos y Daños Colaterales
El caos no se limitó al estadio. A las afueras del
Pascual Guerrero, los disturbios continuaron durante horas. De acuerdo con el
coronel Carlos Oviedo, comandante de la Policía Metropolitana de Cali, “algunos
integrantes de las barras pretendían ingresar violentamente a la gramilla del
estadio. El personal de control actuó, pero la confrontación resultó
inevitable”. Las cifras oficiales hablan de 30 personas heridas, entre ellas
ocho policías, tres de ellos con lesiones de gravedad.
El saldo también incluye daños materiales en el
estadio Pascual Guerrero, escenario que, irónicamente, había sido preparado
para celebrar una jornada de “paz y convivencia”, como se prometió en la
Comisión Local del Fútbol días atrás. El incumplimiento de los compromisos por
parte de las barras deja no solo un agujero financiero, sino también una
pérdida irreparable en la confianza de las autoridades y los organizadores del
evento.
Respuestas Oficiales y Medidas
El alcalde de Cali, Alejandro Eder, no tardó en
pronunciarse y condenó lo sucedido con dureza. “Lo que ocurrió esta noche en el
Pascual Guerrero es inaceptable. No voy a permitir que la violencia empañe el
fútbol ni la convivencia en Cali. Los responsables serán identificados y
judicializados”, declaró en su cuenta de X. Además, anunció una recompensa de
hasta 30 millones de pesos a quien brinde información sobre los responsables.
Por su parte, la Policía Metropolitana anunció que
la Seccional de Investigación Criminal ya está recolectando material
probatorio, como videos y testimonios, para identificar a los protagonistas de
los desmanes.
“Esto no puede quedar impune”, afirmó el coronel
Oviedo. Sin embargo, la promesa de judicialización enfrenta un desafío mayor:
la reincidencia y la impunidad que han caracterizado este tipo de actos en
Colombia.
La Reflexión: Un Futbol
Secuestrado por la Violencia
Lo ocurrido en el Pascual Guerrero es mucho más que
un episodio aislado. Es un síntoma preocupante de cómo la violencia ha permeado
el fútbol colombiano, secuestrando la pasión y transformándola en una amenaza
para la convivencia. La falta de palabra de los líderes de las barras y la
incapacidad de las autoridades para prevenir estas situaciones reflejan un
problema estructural que necesita una intervención urgente.
El fútbol, ese deporte que debería unir a las
familias y encender alegría en las ciudades, ha sido, una vez más, empañado por
unos pocos. La escena de Adrián Ramos, impotente y frustrado en su despedida,
es el reflejo de una sociedad que parece incapaz de cumplir con sus compromisos
y de convivir en paz, incluso en los momentos destinados para la alegría.
La pelota rodó, pero lo hizo sobre un terreno de
intolerancia y fracaso colectivo. El Pascual Guerrero, testigo de innumerables
gestas deportivas, esta vez presenció cómo el deporte rey perdió, no solo un
partido, sino también su dignidad.
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