Con la
presencia masiva de turistas, la movilidad en la comuna 13 es cada vez más
compleja. Hay conflicto entre motociclistas y peatones.
Se
quejan de los que ‘manejan la vuelta’, los grupos ilegales, porque “solo les
interesa la plata”.
En el
barrio Las Independencias, de la comuna 13, las casas cada vez pierden más
espacio. Lo que ayer fue una terraza, hoy es un bar; donde ayer corrían los
niños, hoy hay un almacén de gorras, camisetas y souvenires. El estruendo
del conflicto, recordado por todos con horror, fue reemplazado por el jolgorio
de los turistas, los equipos altoparlantes y la voz de los raperos.
Al
comienzo todo fue optimismo: el barrio que resurgía de las cenizas para ser
ejemplo de superación. Pero hoy, pese a que los negocios han proliferado y cada
cual ha encontrado un emprendimiento, las cosas parecen haberse salido de
control. “Perdimos el rumbo”, dice un líder social del sector.
La
situación de la comuna es dual. Por un lado, sus habitantes han emprendido
toda suerte de negocios, desde galerías de arte hasta cafés. Pero, por el otro,
han padecido las consecuencias de un turismo que se hizo masivo con el tiempo y
que ya causa estragos.
El
Viaducto Media Ladera ilustra bien lo que pasa. Su espacio ha sido invadido por
negocios y el ruido es insoportable. Cada uno saca su parlante y el vallenato
se combina con el reguetón y las “mezclas” de los muchachos en las consolas Rx.
—Como
trabajadora, la cosa está muy bien—dice Johana Marín, que atiende un pequeño
bar—, pero, como habitante, cada vez es más difícil. Mi cuñada tuvo que
terminar el embarazo en otro lugar, pues el ruido de acá la tenía estresada.
Además
del ruido, se queja de que, por la llegada los turistas, perdió parte de su
intimidad:
—No
puedo ni sacar la ropa al balcón. Si me asomo a la ventana en piyama, por
ejemplo, me expongo a que me tomen fotos. Como habitante, el barrio no es el
mismo de antes.
En
general, los vecinos de Las Independencias agradecen el auge del turismo, que
comenzó en 2011 con la inauguración de las escaleras eléctricas. Pero
también son conscientes de los efectos colaterales que este ha traído.
Dos
líderes sociales del sector, que prefirieron ocultar su identidad, contaron lo
que, según ellos, tiene al barrio “al borde del colapso”. El problema, dicen,
es que el Estado nunca reguló la aparición del turismo. Entonces, el control
real cayó sobre “los que manejan la vuelta”, es decir, los grupos ilegales. “A
ellos solo les importa la plata. Entonces, no les interesa si los guías son
informales, si hay niños trabajando, si los negocios invaden el espacio
público. No les interesa porque ellos cobran vacuna a todos. Cada uno de los
negocios paga un impuesto ilegal”, dice uno de los líderes.
La
falta de control estatal la comparte la mayoría de los vecinos. También en el
viaducto, una mujer que montó un bar se lamenta de la situación: “Si nosotros
ponemos el equipo de sonido, el del frente le sube al suyo. Cada uno trata de
ponerlo más duro hasta que se hace insoportable. Y la Policía no aparece por
ningún lado”.
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