Hay que pararle bolas al aumento de perros salvajes en el Valle de Aburrá y el Oriente

Un estudio determinó que la presencia del perro doméstico predomina entre las especies de carnívoros en zona rural. Esto implica riesgos para especies silvestre y para el ser humano.


Hay tantos perros salvajes, sin dependencia humana en los valles de Aburrá y San Nicolás, que los Planes de Ordenamiento Territorial deberían incluirlos como carnívoros silvestres, junto a los pumas, tigrillos y zorros, entre otros. ¿Suena raro? Puede que sí, pero la explicación es interesante.

Hace unos días la reconocida revista científica argentina Mastozoología Neotropical dedicó su portada al estudio de los investigadores Juan David Sánchez, Sebastián Botero y Hugo López sobre la diversidad de carnívoros en el paisaje periurbano de los valles de Aburrá y San Nicolás.

Los hallazgos no solo tienen implicaciones ecológicas sino que arrojan pistas sobre los impactos y consecuencias derivadas de la expansión de las ciudades hacia zonas rurales.

Primero las buenas noticias. A pesar de la intensa presión sobre sus hábitats por la urbanización acelerada y la fragmentación de bosques, la investigación registró doce especies de carnívoros silvestres: tigrillos, pumas, zorros, comadrejas, nutrias, olinguitos, cusumbos. Según Juan David Sánchez, la alta diversidad de estos carnívoros en bosques periurbanos son comparables con los bosques de la Amazonía.

Que hayan resistido a estas transformaciones que en algunas zonas como Las Palmas han sido brutales, responde a dos factores. El primero es que, según lo que indica el estudio, las plantaciones forestales que han ganado terreno a medida que las urbanizaciones y sistemas productivos se expanden a zonas rurales han logrado cumplir cierta función que les facilita a estos carnívoros hallar alimento y mantener corredores entre los fragmentos de bosques nativos.

Pero el factor más importante es la resiliencia que han mostrado estos carnívoros, algo que, según Sánchez, puede explicarse por la capacidad de estas especies medianas y grande de moverse en grandes áreas, lo que le permite jugar una especie de ajedrez entre los diferentes elementos del paisaje. Por ejemplo, si las condiciones se ponen críticas en zonas de alta urbanización van saltando a zonas conservadas o en recuperación, como el Alto de San Miguel, el Arví y la cuchilla Occidental. Es un espaldarazo a las estrategias de conformación de áreas de conservación y reserva que se vienen llevando a cabo. Ahora vienen las noticias preocupantes. Aunque no hay indicios de procesos de extinción de estos carnívoros, su abundancia está seriamente menguada por las transformaciones de hábitats que en algunos casos es desolador.

Sánchez señala la situación del Alto de las Palmas, convertido ahora en un barrio más por la cantidad de edificaciones, lo que destrozó la conectividad entre los bosques del Sur y el Oriente que hacía posible la conectividad de la Reserva San Sebastián de la Castellana, con el Alto de San Miguel y el Arví.

Pero quizás lo más inquietante es que a través de las 46 estaciones de cámaras trampas y los 86 recorridos a lo largo de tres años, los investigadores corroboraron que el carnívoro más abundante y mejor distribuido en los bosques periurbanos de ambos valles es el perro doméstico. Ahora bien, explica Sánchez, los perros hacen parte del ensamblaje de los carnívoros desde hace siglos en estas áreas. El problema, apunta, es que de la mano del hombre, los perros en áreas silvestres van en aumento; y están armando jaurías y retornando a un estado salvaje.

De 356 registros de 14 especies de carnívoros, 101 registros fueron de perros domésticos, unos desatendidos y otros en estado feral, por ejemplo, camadas que nacen en zonas rurales de perros abandonados en la ciudad y que al no tener influencia de domesticación humana comienzan a agruparse y a retomar conductas silvestres, como organizarse en jaurías para facilitar la casería.

Sánchez explica que la información que se tiene sobre este fenómeno todavía es fragmentada, pero hay pistas importantes. Por ejemplo, en medio de la investigación evidenciaron casos de perros cazando cusumbos, otro carnívoro. Un indicio de que podría estarse dando competencia por recursos entre perros y otras especies como el puma.

Las implicaciones de la diseminación de perros ferales no es solo para especies silvestres. A medida que se riegan por las áreas periurbanas aumenta la posibilidad de la aparición de enfermedades zoonóticas como la rabia, lo que configuraría una grave amenaza contra cientos de comunidades asentadas en los bordes rurales.

La investigación, apunta Sánchez, es un llamado a profundizar en un tema del que todavía se desconoce bastante y que tiene grandes implicaciones ambientales, ecológicas, sanitarias y hasta urbanísticas.

Incluso señala que así como en las construcciones de los planes de ordenamiento territorial se incluyen las zonas de reserva ecológica, hídrica o de alto riesgo, también es necesario empezar a incluir las áreas que garanticen la conectividad de los carnívoros, cuya presencia y distribución es sinónimo de un equilibrio sin el cual las ciudades y sus habitantes difícilmente pueden prosperar.

Hay que hablar de eutanasia

El impacto de perros y gatos ferales sobre la biodiversidad tiene síntomas preocupantes. Cornare, por ejemplo, atiende entre 80 y 100 casos anuales de especies silvestres como zarigüeyas, barranqueros, perezosos, sapos, tortugas morrocoy y zorros atacados por perros y gatos. Entre expertos y estudiosos del tema como el biólogo Andrés Felipe García, de Bioethos, predomina el concepto de que el camino más viable para atender la problemática es la captura y eutanasia de animales en estado feral y ampliar los recursos por parte de las entidades ambientales y de salud para prevención, esterilización y campañas de educación para la tenencia responsable de mascotas.

Por: Juan Felipe Zuleta Valencia

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