Álvaro Gómez Hurtado. Foto cortesía
Faltaban 24 horas aproximadas antes del cobarde magnicidio del que fue víctima el dirigente conservador, Álvaro Gómez Hurtado, uno de los hombres más brillantes del país, en entrevista televisiva explicaba el norte de su política contra el régimen durante el Gobierno de Ernesto Samper; régimen que hoy se mantiene vivo y más poderoso que nunca.
Ese día, el periodista presentó a Álvaro como el político que, por su prestigio, encarnaba la conciencia nacional. Álvaro manifestó cómo los partidos se habían desprestigiado paulatinamente entregándose al demonio de mil cabezas por puestos burocráticos, pactando con quien fuera, lo que fuera. Expuso cómo la democracia, a merced de clanes criminales, convertía el derecho universal del sufragio en un negocio multimillonario que permitía apoderarse de las arcas del Estado y de los dineros del pueblo colombiano sin importar su ideología: entre más extrema, más ambiciosa de poder.
Cuando, en medio de la entrevista, le preguntaron sobre los dineros calientes en la campaña de Samper, dijo que eso ya se había esclarecido.
Se sabe que ocurrió así y que eso afectó la credibilidad del régimen. El Gobierno no ha conseguido ninguna forma de recuperar la credibilidad y considera que buscar la justicia en el Congreso es un paso en falso, por lo que está desacreditado. Se descubrieron los cheques, los dineros ilegales y quedó claro que en la segunda vuelta se había apelado a esos fondos para llegar al poder.
Estas imágenes y palabras vuelven a la memoria histórica de los colombianos en los oscuros momentos actuales donde la historicidad ilumina, que hechos como estos ocurren una y otra vez; nuestra nación sigue condenada a socavar la moral y someterse a valores condicionados por el mal ejemplo.
Álvaro Gómez en su sentencia insistió: “El presidente no se va a caer” pero “no puede quedarse”, debe tomar la determinación de irse. Considerando que en estos casos debía aproximarse a la grandeza.
Se debe intentar escapar de la trampa del régimen. Eso era lo que planteaba el dirigente conservador. El Gobierno, a su juicio, se desgastaba cada día en hacer la defensa de su gestión. Luego estaba capturado por el régimen y no tenía capacidad de gobernar, porque todos estaban involucrados y realmente nadie quería que este cambiara, fuere quien fuere el que ocupara este lugar.
¿Hasta dónde el régimen, que no tiene jefe, que es amorfo, en el cual se mueven fuerzas peligrosas y contradictorias, tolera que salga o saquen del poder el gobernante?, ¿hasta donde el inquilino de la Casa de Nariño acepta el reto? y ¿otras fuerzas disolventes? era el debate que se planteaba sobre todo cuando las apuestas están jugadas y para los que gobiernan, presos de sus malas mañas, les puede costar el todo y por supuesto, no soportarían la viudez del poder.
Hoy los colombianos pensantes tienen conciencia que ese 2 de noviembre de 1995, saliendo de la Universidad Sergio Arboleda de su última clase de Cátedra Colombia, no solamente se eliminó a Álvaro Gómez, sino (por el momento) la posibilidad de grandeza en la política nacional.
Nuevamente hoy los jóvenes y la ciudadanía deben recordar este trágico hecho porque sin lugar a duda el régimen sigue existiendo, sigue cooptando los espacios de poder. A diferencia de esas épocas, hoy están las redes sociales que en manera inmediata desenmascaran lo putrefacta que es la denominada acción política o lo marginada que dejaron a la palabra “cambio”.
Por: LUIS FERNANDO niño López. Luisfernino@hotmail.com
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