En un giro desconcertante, el caso del Centro de Desarrollo Infantil (CDI) de Cormoranes ha alcanzado un desenlace frustrante: el tiempo ha otorgado impunidad a los implicados. Hace cinco años, la Contraloría General de la República inició una investigación por presunta responsabilidad fiscal en torno a este proyecto. Aunque un fallo adverso se emitió contra los investigados, su impacto se ha visto diluido por la prescripción del caso.
El CDI de Cormoranes emerge como un símbolo de las deficiencias en la gestión pública. Las irregularidades que lo rodearon fueron evidentes, y el veredicto de la Contraloría confirmó la culpabilidad de los implicados. Sin embargo, la justicia parece haber sido eludida por el simple transcurrir del tiempo.
Esta situación plantea interrogantes acuciantes sobre la efectividad de los mecanismos de control y rendición de cuentas en el país. ¿Cómo es posible que un caso de tal magnitud, con consecuencias tan perjudiciales para el erario público, termine en la impunidad? La falta de respuesta económica por parte de los responsables agrava la sensación de injusticia y deja un amargo sabor de impotencia en la ciudadanía.
El CDI de Cormoranes ya no solo es un proyecto fallido, sino también un recordatorio de las fallas sistémicas que persisten en la administración pública. Mientras tanto, aquellos que deberían rendir cuentas por sus acciones continúan sin enfrentar las consecuencias de sus actos, dejando un vacío de responsabilidad que clama por ser llenado.
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